De la calidad empresarial se han dado numerosos conceptos. Pero hay uno
que predomina entre los autores y que la considera como satisfacción de las
necesidades y expectativas del cliente; considerando que el cliente queda
satisfecho cuando el producto o servicio cumple con las siguientes cualidades:
ü
Tener
las condiciones esperadas por el comprador.
ü
Carecer
de defectos que le hagan impropio para servir al uso al que se destina.
ü
Obtenerlo
a cambio de un precio justo.
ü
Y
haber sido producido con el menor coste posible.
Para conseguir estas condiciones, la empresa debe extender esta
concepción a todos los ámbitos de la empresa: es lo que se llama la calidad
total que, como dice ISHIKAWA, se consigue diseñando, fabricando y
vendiendo productos con una calidad determinada que satisfagan realmente al
cliente que los use.
En realidad, la calidad no debería ser un reclamo. Lo normal en cualquier
empresa debería ser producir bienes y servicios que satisfagan al cliente en
sus necesidades y expectativas. Pero, como es sabido, ello no siempre es así,
pudiendo distinguir los tres momentos de la percepción de calidad por el
consumidor:
a) Corto
plazo: Es la satisfacción de un comprador que percibe en el producto o servicio
recién adquirido que sus propiedades corresponden con las pretendidas. La
normativa de consumo hace cumplir esta condición de calidad a todos los
productos que se ponen en el mercado (por ejemplo, sello conformidad CE).
b) Medio
plazo: En este estado, obtener la satisfacción del comprador resulta ya algo
más complejo. Factores como la facilidad de instalación y uso, la ausencia de
vicios o defectos ocultos no invalidantes, la extensión de la garantía a
defectos invalidantes, etcétera, hacen valorar la calidad de productos y
servicios, pudiéndose predicar de ella un reclamo al consumidor frente a las
condiciones de la competencia (piénsese, por ejemplo, en el reclamo de 7 años
de garantía de un vehículo frente a los 2 ó 3 de la inmensa mayoría de marcas
de automoción).
c) Largo
plazo: Mantener la satisfacción del cliente hacia su producto o servicio que
conserva todas sus cualidades más allá de lo usual en el mercado, es propio de
una calidad superior o excelencia. Ello pugna con la denominada “obsolescencia
programada” (inventada allá por los años 30 del pasado siglo en Estados Unidos
de América para reactivar la economía) y que es base de nuestro sistema
económico.
Y aún siendo el cumplimiento de las necesidades y expectativas del
producto o servicio la base de un cliente satisfecho, no es el único elemento a
considerar. Factores como el entorno de compra (esas tiendas a las que da gusto
entrar porque “llenan” los cinco sentidos), la oportunidad (el típico
chiringuito de playa) o la exclusividad (la adquisición de un Bugatti), son
tanto o más importantes que el propio producto que se adquiere para lograr la
satisfacción del cliente.
Recordemos siempre que si no das al cliente todo lo que necesita, ya
habrá algún competidor que lo haga.
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