El éxito de cualquier empresa radica en la
consecución repetida de tres elementos: disponer de un buen producto o
servicio, saber venderlo y que los consumidores, sean personas o empresas, lo
compren.
Se trata de tres elementos íntimamente relacionados,
de los cuales, lógicamente, el último constituye la meta y finalidad de todo el
proceso, sin el cual la empresa fracasará: que el consumidor adquiera el producto o servicio y, además, que lo haga
repetidamente pues, si no, será un éxito efímero. Al fin y al cabo, como
dijo PETER DRUCKER, sólo hay una
definición válida del propósito de un negocio: crear un cliente.
Es decir, un
cliente es un comprador satisfecho, alguien que ha visto colmadas sus
expectativas de compra, alguien que piensa objetivamente y siente
sicológicamente que el precio que ha pagado por satisfacer una necesidad, ha
estado bien empleado. Un cliente es también alguien que confía en una empresa o profesional, alguien que “se
fía” de que su proveedor va a satisfacer sus necesidades con la mejor relación
calidad – precio, aunque éste último no sea el más bajo que pueda encontrar en
el mercado para un producto o servicio similar al de su confianza.
Podríamos resumir el concepto de cliente con el
eslogan que una conocida marca de restaurantes de comida rápida utiliza en su último
spot televisivo: “lo importante no es
que vengas, sino que vuelvas”. Pues eso: sólo los consumidores satisfechos
vuelven, repiten su experiencia de compra del producto o servicio, son fieles a
la marca, son clientes de la misma.
En la fidelización de clientes,
en conseguir que el consumidor vuelva, ha de empeñarse toda la organización:
desde el directivo hasta el vendedor, desde el creativo de la marca hasta el
técnico que repara el producto estrella de la empresa. Sólo todos ellos
obtendrán que el cliente vuelva y, en consecuencia, el éxito de la empresa.